martes, 3 de abril de 2012

Lluvia de abril.

Me gusta sentir la lluvia de abril, el refrescar de la brisa que compensa someramente el calor estival.
Cierro mis ojos en el balcón y nos veo: noche de junio, lluviosa también. Recuerdo tu negativa al principio, no te agradaba la idea de salir con la lluvia exterior; recuerdo esa insistencia mía, siempre tan excéntrica, nada común. Recuerdo haber pensado que no importaba, solo se trataban de gotas de agua. Pero tu, por no decirme que no, aceptaste.
Cena y apuesta juntas, ambos tan competitivos como siempre. Un par de fotos, tu rostro se iluminaba con una sonrisa que me estremecía interiormente; si era mi mente la que quería verte así no lo se, pero me conmovía el ver tanta felicidad en tu ser, el ver que era yo quien compartía ese instante contigo.
Minutos mas tarde, quizá horas, quien sabe, abandonamos el lugar, tomamos rumbo a casa. La espontaneidad nos desvío de rumbo, y los dos, cual imagen nada real, comenzamos a vagar por las calles en medio de la lluvia, hablando y riendo, mientras las gotitas se resbalaban sobre nuestros cuerpos, mientras nuestras manos se entrelazaban, mientras nuestras bocas se fundían en una.
Recuerdo vernos andar, tu dirigías mis pasos, yo me dejaba llevar, mis manos rodeando tu cuello, tus brazos sujetando mi cintura, tu rostro frente al mio, no abandonaba el calor de tus labios.
Recuerdo sentir la plenitud, la tranquilidad que solo tus brazos han sabido transmitirme; recuerdo los deseos de estar pronto juntos en la intimidad de nuestra soledad, perdidos entre nuestros propios cuerpos, demostrando con cada sutil caricia que somos el uno para el otro.

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