¿Nos habremos dado cuenta
alguna vez de la facilidad con la que nuestro temperamento explota? Lo más
probable es que no tengamos ni la más remota idea de cómo controlar esos
ataques de histeria absoluta que descontrolan nuestra compostura.
Pero el temperamento es
algo normal, correlativo a nuestra muy defectuosa naturaleza humana, de ahí que
seamos tan capaces de infringir daño al ánimo y sentimientos de las personas
que más nos importan.
La realidad de las cosas
es que el equivovarnos no es más que una de las opciones que pueden presentarse
como respuesta un mecanismo
ensayo-error/ensayo-acierto, y no siempre podemos controlar cuál de esas
respuestas se presentara en cada momento. Así que, básica y someramente,
estamos destinados a vivir a la defensiva respecto a nuestra propia naturaleza
errática, destinados a no bajar la guardia ante los errores y nuestros más
deplorables actos.
Aunque bien cabe decir no
es cuestión solo de acciones, en la mayoría de los casos, el daño no lo
provocan en exclusiva nuestros actos, que ya son una buena fuente por sí solos;
hay un porcentaje inmensa y sorprendentemente grande que puede achacarse a la
omisión y a lo que provocan las palabras.
Si bien nuestras
intenciones no sean más que dejar claro algo, debemos elegir bien las palabras
con las queremos darnos a entender hacia otros; debemos recordar que la
sensibilidad es tema de gradualidad, que lo que a unos puede parecer inofensivo
e incluso gracioso, a otros puede representarles algo hiriente.
En muchas ocasiones no
nos damos cuenta de esto y decimos cosas, o también las callamos, sin imaginar
la repercusión de las mismas en otras personas. Porque tenemos razón, queremos
defender nuestro derecho o simplemente dejar en claro una realidad que es de necesidad
primera para nuestra persona, el motivo varia, pero la franqueza y la
sinceridad tienen también sus contrapartidas.
Quizá para muchos el
dilema se encuentra en saber diferenciar en qué punto el ser claro y preciso se
transforma en crueldad y sinismo; la línea que separa una mentira piadosa o una
omisión para evitar un daño mayor, de un engaño enorme y evitable.
Equilibrio, ya lo decían
las grandes figuras que nos dejaron como herencia sus pensamientos, estilos de
vida y causas; ese "punto medio" relativo a cada cual que hace de las
relaciones humanas algo más llevadero, fácil y sano. Lo más importante, y
díficil a la vez en esta vida, es encontrar ese equilibrio que nos hará estar
bien con los demás, y sobre todo con nosotros mismos.
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